Corzos en Cangas de Onís con los amigos de La Parraguesa

Esta vez el viaje desde Grandas hasta Cangas de Onís se hizo mucho más ameno, no se puede comparar.


Tras una parada en Oviedo para comer con unos buenos amigos, continuamos nuestro trayecto hasta Arriondas, que sería nuestra base de operaciones en estos días.

A nuestra llegada nos estaban esperando Aitor (directivo de la Sociedad de Caza La Parraguesa) y Luis Miguel, uno de los guardas de los dos cotos con los que cuentan.

Esta veterana y seria sociedad tiene el privilegio de contar con dos de las zonas más bellas y emblemáticas para la caza en el Principado. Regentan y gestionan de una forma diligente y responsable los cotos de Arriondas y Cangas de Onís. Más de 12.000 ha. que limitan con el Parque Nacional Picos de Europa (Montaña de Covadonga) y con la mítica RRC del Sueve. Dos zonas de gran valor ecológico y paisajístico por donde campean jabalíes, ciervos, gamos, corzos, lobos y algún que otro rebeco.

Con semejante área para cazar mis expectativas eran altísimas, y estaba segura de que disfrutaría de lo lindo tan solo con el entorno en el que iba a recechar las siguientes jornadas.

Ya en la primera salida tuvimos una oportunidad de avistar un corzo. Su valoración no arrojó mucho optimismo entre los guardas, considerando de buena lid que habría que dejarlo para años venideros, más aún cuando estábamos en el inicio de la cacería.

Pero fueron transcurriendo las salidas, y por más que buscábamos y recorrimos valles y montañas, la tarea se complicaba.

El tiempo no acompañaba y apenas se dejaban ver los animales, especialmente los machos.

¿Qué les pasará a los corzos asturianos? ¿Por qué no salen a los prados? Según nos comentaba la guardería y algunos otros cazadores que tuvimos la suerte de almorzar y compartir campo, la zona sigue estando afectada por el gusano de las narices (Cephenemyia stimulator) y cada vez era más difícil verlos.

Según nos transmitían, por las observaciones que han realizado en estos años, los animales prefieren estar en zonas frescas y sombrías para respirar mejor. Además, la afección de esta larva les merma las fuerzas, desplazándose poco y alimentándose de lo que pillan en el bosque, sin hacer mucha presencia en zonas abierta.

Todas estas noticas me hacían entristecer, pues la majestuosidad de la zona la hace única para la caza de este bello cérvido. Más aun conociendo el historial de abates de temporadas pasadas, donde seleccionaban los mejores 50-55 corzos por campaña. En la actualidad cazan unos 15 machos para mantener una gestión equilibrada y acorde con la situación.

La única esperanza es que parece que la mortandad por el maldito gusano va remitiendo, y se están empezando a contabilizar más y mejores trofeos.

A pesar de estos contratiempos no desistíamos en nuestro empeño y cada día salíamos más ilusionados. Tan sólo contemplar aquellos parajes, con impresionantes e interminables vistas, hacían que los madrugones y la falta de sueño valieran la pena.

¡Bueno!, también las múltiples conversaciones con Luisma, nuestro guarda, que fueron muy constructivas y didácticas. Algo esencial para poder entender mejor la forma de cazar y gestionar en cotos que desconoces.

Pero no sólo nos transmitió su sabiduría cinegética, sino que nos habló de la ganadería, del campo, e incluso de la pesca del salmón, que en aquellos días estaba en plena temporada. Tuvimos la oportunidad de acercarnos a las orillas del Sella para compartir un rato con algunos de sus familiares, conociendo así, de primera mano, un arte tan noble y antiguo como es la pesca de los salvajes salmones astures. ¡Me encantó!

Volviendo a nuestras salidas, seguíamos sin dar con un corzo tirable, a pesar de que vimos e hicimos algunas entradas sobre animales que resultaron ser muy jóvenes. Algunos de estos acercamientos fueron memorables, especialmente a uno que estaba comiendo en unos manzanos, y que llegamos a ponernos a escasos 40 metros de él. Lástima que no diera la talla.

Pasaron rápidos los días y nos situamos en la última tarde de caza, pues al día siguiente volvimos para casa.

Ya entre dos luces avistamos desde lejos el corzo de la Capilla, un animal que ya estaba echando en falta Luisma, pues había visto semanas antes con síntomas de la afección por el gusano. Estaba más delgado de lo habitual, y su aspecto no era tan bueno como el resto de animales avistados en salidas precedentes.

Siendo la última oportunidad y viendo el estado del animal, decidimos hacerle una entrada.

Estaba en la linde de un prado rectangular no muy amplio en falda de la montaña, rodeado de un bosquete de hayas y robles que hacían de refugio.

La entrada hasta él no era sencilla, pues había un gran limpio por delante, salpicado por algunos espinos y cerezos.

De mata en árbol, y aprovechando que bajaba la cabeza para comer, fuimos ganando metros hasta llegar a un punto sin posible avance.

Mejoré mi posición despacio y sutilmente sin hacer ruido apoyé el rifle en los sticks. La distancia era de 158 m., la luz escasa, pero no tuve más que esperar unos segundos hasta que se cruzara para sentir cómo el dedo índice oprimía el gatillo y soltaba la Geco Express del .270 Win.

Un salto y una carrera alocada hasta el pie de los primeros árboles y cayó inerte.

¡Felicidad plena, por fin tenía mi segundo corzo asturiano!

Los presagios de la guardería eran ciertos, y en su garganta habitaban parásitamente un buen puñado de gusanos. Sin duda una elección acertada la de abatir este animal, que tendrá en casa un lugar tan especial como la zona donde pude cazarlo.

Mis agradecimientos a la Asociación de Cazadores La Parraguesa, a nuestro guarda Luisma por su constancia y paciencia para conseguir el resultado, a Aitor por el recibimiento y consejos, y a Rafael González por hacernos sentir como en casa.

Me quedo con infinitas ganas de volver a visitar a todos los amigos que he dejado allí, y de recorrer nuevamente aquellas preciosas y encantadoras montañas.

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