Montería El Campillo

Hace unas semanas tocó ir a montear a la finca El Campillo, situada en la Sierra de Hornachuelos. En esta ocasión era una montería familiar y que organizaban mis queridos tíos Antonio Luis y Mª Rosa.


Como es habitual, la noche anterior antes de una cita como estas dejo todo preparado: morral, balas, armas, paraguas, etc… con el fin de no olvidar nada con las prisas. Antes de acostarme doy un último vistazo a la previsión meteorológica, que por cierto no era nada halagüeña. Iba a caer una buena… ¡Mucha alegría por el campo que bien falta le hacía, pero horroroso para la práctica cinegética!

Por suerte para todos las previsiones se adelantaron, y entre la noche y la hora del sorteo cayeron unos abundantes y necesarios litros que tanto ansiaba el campo andaluz. ¡Qué maravilla!

Pero volviendo a la montería, esta tenía un aliciente especial y no era otro que el amplio cupo de muflones que nos cedió mi tío Antonio Luis, al que habría que sumar los cochinos y una cierva por puesto.

Nada más llegar a la postura asignada en el sorteo, a la que me acompañaba Antonio, nos dimos cuenta que era un puesto complicado. Un barranco de espeso monte, con unas pequeñas claras a forma de tiradero en el testero de enfrente, que desembocada en un pequeño portillo que cambiaba de solana a umbría. Una zona nada querenciosa para los muflones, pero que sí podía serlo de cochinos, como finalmente resultó.

La mañana empezó tranquila, sin movimiento hasta el momento de la suelta de los perros, que raudos empezaron a mover los marranos que había encamados por la zona.

Al rato conseguí abatir una cochina que venía zorreada y más tarde dos primalones. Uno de ellos también llegando a su paso cauto, y el otro con la algarabía de los perros tras él.

Llegó un momento de calma, pero al rato el monte seguía hablándonos.

El leve pero inconfundible deambular de un cochino nos tenía expectantes. Lo escuchábamos cada poco dar un paso, tal vez dos, y volver a pararse durante un tiempo, pero no lográbamos verlo. Se movía sigilosamente por el monte, como una sombra, e imaginábamos que sería un viejo macareno por sus estudiadas cautelas.

En un descuido, una porción de su lomo apareció detrás de unas matas, las décimas de segundo suficientes para que Antonio le sorprendiese con un certero disparo con su Sauer S404, digno de un habilidoso cazador.

Tu mirada y sonrisa me confirmó que lo habías alcanzado y al rato estaban los perros dando de parada en la umbría, en donde al finalizar la batida fuimos a cobrar el bonito navajero.

En días así, con puestos sucios y nada fáciles de defender, es donde realmente se ponen a prueba dispositivos como los tapones electrónicos 3M Peltor LEP 100, que con su amplificación de sonidos nos iban cantando la llegada de los jabalíes.

Así, con cuatro bonitos lances sobre los cochinos, más una cierva que también pude abatir, concluyó nuestra estancia en el nº 5 de la armada de Los Jarales, en un día de los que se recuerdan toda la vida.

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