Las buenas prácticas en la caza

Hablar de buenas prácticas en la caza es hablar de seguridad y de respeto. Seguridad para uno mismo y para los demás; respeto a las personas, a la naturaleza y a las normas.


Sobre las normas de seguridad, muchas están reguladas en las leyes de vedas y normas de rango superior. Solamente los furtivos, que también son peligrosos para las personas, no las respetan. Hoy tenemos todos los medios y conocimientos necesarios a nuestra disposición para que la seguridad de las personas que intervienen en una cacería sea efectiva. Hay que saber la situación de todos los participantes, y presentes, en el área de caza, y en algunas modalidades llevar ropa de colores llamativos. Hay que conocer el arma que utilicemos y hacer un buen uso de ella, desde llevarla descargada y enfundada hasta el momento de cazar, hasta llevar puesto el seguro cuando el disparo no va a ser inminente. Sobre el respeto a la naturaleza, hoy todos tenemos claro que hay que cuidar el monte, no hacer nada que lo dañe y dejarlo limpio de residuos. Después de una jornada cinegética el monte ha de quedar tal y como lo encontramos. También sabemos cuáles son las especies que se pueden cazar, cuáles no, y cuáles de éstas están protegidas. Estas son generalidades que sabemos todos, y que todos debemos procurar que se cumplan. Pero además a un cazador se le supone que conoce las modalidades que desarrolla y las herramientas que para ello utiliza. Es fundamental conocer el uso de las armas y sus municiones. Saber para qué sirve cada una de ellas y los cartuchos o balas empleados, y ver a qué animales son aplicables. También hay que estudiar la pieza de caza, sobre cómo se mueve, a qué velocidad y a qué distancia se debe disparar, dónde apuntar y la resistencia que la pieza presenta al disparo. El cazador de caza menor que quiera hacer tiros lejanos optará por una escopeta con cañón/es largos y choque/s cerrados, y cargará un cartucho rápido. Y este cazador debe esperar, o abstenerse, ante piezas cercanas para no destrozarlas. Igualmente el cazador de caza mayor que quiera hacer tiros largos. Utilizará un calibre con una buena rasante, y un proyectil con el peso y forma precisos para volar en el aire a gran distancia, proyectil que además ha de elegir según la resistencia al disparo que tenga el animal. Hacer una mala elección conlleva un empeoramiento de los resultados, y además tiene una consecuencia nefasta: dejar animales heridos que mueren posteriormente. Éstos son abundantes, mucho más de lo que creemos, ya que días después de las cacerías aparecen muchos animales muertos. Esto se evitaría en buena medida si el cazador evaluase la situación y no disparase hasta que no tuviera la certeza de que va a abatir exitosamente al animal. Lo cual no es otra cosa que Respeto por la Naturaleza. Cuando un cazador dispara por ejemplo una perdiz fuera del alcance del arma y munición empleada, muchas veces suelta alguna plumita que en ocasiones ni se aprecia, pero esa perdiz normalmente muere, el cazador nunca debió disparar sobre ella. Así mismo probar suerte por ejemplo sobre un jabalí lejano en una montería que huye alejándose de forma que no podemos realizar un disparo certero, lo más probable es que si llegamos a acertar lo hagamos en partes no inmediatamente mortales, y el guarro caerá a los pocos días. Evidentemente hay animales que se van heridos aunque se haya tratado de hacer un buen disparo, esto es inherente a la caza. Como también lo es dedicar todo el tiempo necesario a recuperar el animal después del disparo. Porque cazar no es matar. Remitiéndonos a Ortega una vez más, la caza es el dominio del animal, para lo cual hay que poseerlo, sea en vivo o mediante su abate, y en este segundo caso hay que encontrarlo. La caza herida que se fue, se morirá en algún lugar, pero nunca se cazó.
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