¿Quién pagará esta cuenta?

Tras la reciente ratificación del Convenio de Protección de Animales del Consejo de Europa de 1987 (hace casi 30 años) por parte del Congreso de los Diputados el pasado 16 de marzo, estamos viviendo unos días en los que sobra información sobre las amenazas del fin del mundo por parte de los sectores animalistas y nos faltan respuestas a cuestiones fundamentales que preocupan a cazadores y rehaleros, y yo me incluyo entre ellos.


A falta de conocer con la necesaria exactitud y precisión el alcance jurídico de esta ratificación, trámites parlamentarios pendientes y, sobre todo, la fecha de su entrada en vigor, se abre un panorama muy incierto a los propietarios de perros de rehala en toda España.

Esta incertidumbre se amplía cuando cada Comunidad Autónoma tiene aprobada una Ley diferente de protección de animales. La pregunta es: ¿Se va a poder seguir evitando lesiones y enfermedades en los perros de rehala recortando las puntas de sus orejas y cola en los primeros días de vida, como se lleva haciendo desde hace miles de años? Nuestros representantes políticos tienen que aclararlo.

Se podría haber aprobado con consenso un texto razonable que hubiera atendido a las necesidades de los animales, pero no ha sido suficiente el hecho de que la rehala haya demostrado ser el soporte idóneo para la recuperación de razas españolas, como los podencos en todas sus variedades y cruces, incluido el reciente paternino de Huelva, el alano español casi extinguido, o el mastín, que mantiene en la caza uno de sus últimos reductos de utilidad, perros que necesitan de estas intervenciones para cumplir su función.

El problema de hoy es que la gente de la ciudad quiere mandar en el campo

Tampoco parece haber sido suficiente que se trate de una actividad social a todos los niveles, que lleva realizando el pueblo español desde hace siglos, ni que las propias Administraciones Públicas hoy en día corran detrás de los rehaleros para que les solucionemos, con nuestros perros, los problemas derivados de la explosión demográfica del jabalí en España.

A todos los que han votado en contra de que se realicen estas intervenciones yo los invito a entrar conmigo o con cualquier rehalero en una mancha de monte mediterráneo bien condimentada de zarzas, aulagas y jaras. Al terminar, seguro que cambiarían su opinión.

Un perrero me dijo un día, con la sabiduría que da la sencillez, que el problema de hoy es que la gente de la ciudad quiere mandar en el campo. Pero aquí no deciden los que saben, sino los que lo quieren cambiar todo, aunque no se sepan las consecuencias. Ellos creen que no van a pagar la cuenta.

La realidad que tenemos que asumir a partir de ahora es que, a pesar de estar permitido en nuestras leyes autonómicas y contrastado desde el punto de visto histórico, científico y práctico, la necesidad en España de realizar el recorte de las puntas de las orejas y cola en determinadas razas de perros de caza y sus cruces, por su propio bienestar, para prevenir lesiones y enfermedades, hay partidos políticos y sectores de opinión que usan este argumento para atacar a la caza.

Estos que, aunque no estaban en el Congreso votando en contra, ahora salen en determinados medios, que les acogen con celeridad pasmosa, diciendo que esta práctica es una barbaridad, no dicen la verdad.

Si, además, ostentan alguna titulación que les cualifique sobre la materia, mienten, y si encima cuentan con algún grado de representatividad pública, cometen una irresponsabilidad y no son dignos de su cargo, pero ellos opinan a favor de la corriente mediática, seguros de que tampoco van a pagar la cuenta. El tiempo lo dirá.

Hechas estas reflexiones, resulta curioso comprobar que, en España, los que no pagan la cuenta de mantener unos animales y una actividad que nos identifica, tradicional, social y económicamente rentable como es la caza, son los que comen a la carta en los medios y en las instituciones.

Los que no pagan la cuenta de mantener unos animales y una actividad son los que comen a la carta en los medios y en las instituciones

Una prohibición absoluta de estas intervenciones nos llevaría a los rehaleros, cazadores y criadores, que somos los que pagamos la cuenta hasta ahora, a tener que decidir si seguimos o no criando nuestros perros, esos que mantienen vivas unas razas y usos tradicionales que son de todos.

Somos los que, manteniendo el equilibrio de las poblaciones cinegéticas, resolvemos unos problemas sanitarios y medioambientales graves, que también son de todos, sin que además les cueste dinero a los contribuyentes.

No nos olvidemos además que está científicamente demostrado que estas intervenciones son también necesarias en perros de guarda y ganaderos que, de otra forma, no podrían cumplir su función y este sector todavía tiene que pronunciarse.

Si un mastín, con las orejas y la cola caídas, se enfrenta a un lobo o a algún perro asilvestrado para defender una piara de ovejas de la que vive su dueño, no hace falta ser muy listo para saber cuál es el punto débil del perro ganadero y el resultado del enfrentamiento. Igual ocurre con un perro de rehala cuando se enfrenta a un jabalí. Pensar que tienen que cumplir su función indefensos no es protegerlos.

Además, los rehaleros hasta ahora pagamos tasas y licencias por identificar, mantener vacunados nuestros perros y sacarlos a cazar y con gusto, pero sin perros no hay rehalas y tampoco montería.

Estamos hablando de unos 200.000 perros de rehala aproximadamente en toda España. Pero esta cuenta no la vamos a pagar nosotros, sino todos, incluidos los que están en contra.

Y los rehaleros tendremos que decidir pronto qué hacer, porque nuestros perros no se merecen que, por culpa de quienes en realidad lo que pretenden es atentar contra una actividad deportiva, necesaria y legal como es la caza, ellos, tengan que padecer lesiones haciendo lo que más les gusta, que es cazar para el hombre.

Nuestros perros ni se lo merecen, ni lo comprenderían, porque ellos son nobles. Necesitamos que nuestras autoridades clarifiquen la situación y nos den la necesaria seguridad jurídica, porque el daño que se puede producir puede ser muy grave, y estamos acostumbrados a que estas hordas primero tiren la piedra y después escondan la mano cuando llega la hora de pagar la cuenta.

Pero en esta ocasión todos los capítulos de esta historia están siendo guardados para que nos acordemos de lo que hizo cada uno al respecto en cada momento, y así saber quiénes fueron los responsables. Llegados a este punto, cuando haya que hacer frente a las consecuencias, mi pregunta es: ¿Quién pagará esta cuenta?

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