Caza y celo

Andaba el verano de atardecida, tras la caída de unas tímidas aguas, dando una vuelta al campo —actividad saludable que encarecidamente recomiendo—. Estando detenido intentando descifrar y adivinar el jeroglífico dejado en el terruño, como firma en tarjeta de visita, por animal pezuñero, me topé con mi amigo y querido guarda que andaba a sus quehaceres, quien me enseñó a bajar la testa y leer los suelos, que más dicen y hablan que un extenso paisaje, que no por bello es más parlanchín.


Vacio
Comparte este artículo

Publicidad