Uno de los últimos

Siempre que tocaba cazar en Asturias con mi amigo Rafael González, me gustaba saludar a su padre, Roberto González.


Aparte de una excelente persona, que siempre te recibía con esa sonrisa tan franca e inocente como la de un niño, Roberto era la representación viva de una Asturias pura y llena de vida que ilusionaba tanto a pescadores como cazadores, y Roberto era ambas cosas en grado superlativo.

Padre de seis hijos, entre ellos Rafa, vivía en Cudillero, donde regentó siempre un bar que los veranos se llenaba de gente para saborear la carne que asaba en sus parrillas. Frente al bar corría un pequeño riachuelo vacío ahora de vida, y Roberto retrocedía en el tiempo para contarme que ahí mismo cogía él cientos de truchas. Y cuando salía el tema de las angulas contaba cómo en la desembocadura del Narcea, con una nasa grande que él solo manejaba, dada su fortaleza física, era capaz de coger varios kilos en una noche.

Me contaba sus inicios cinegéticos en su Asturias de juventud, que no eran tras los jabalíes o los corzos, que apenas había como en el resto de España, sino tras zorros y conejos, abundantes antaño y sus especies preferidas de caza. Conociendo su pasión por el conejo, lo invité a tierras toledanas para que volviera a verlos en abundancia y cazar algunos.

Recuerdo su cara de felicidad y sus continuas palabras de agradecimiento. Se le notaba nervioso, expectante, como ese niño que va a recibir su regalo de Reyes y no sabe si estará a la altura, si sabrá sacarle el máximo rendimiento. «Son muchos años sin ver ni tirar un conejo, no sé si les daré», era su máxima preocupación. Pero Roberto no había olvidado cómo se tiraban los conejos y su rostro, siempre risueño, era pura felicidad.

En verdad, como muchos cazadores españoles, era un cazador de menor reconvertido a la fuerza en cazador de mayor por la ausencia de conejos y la abundancia de jabalíes. Por ello, autoridades autonómicas y cazadores deberían unirse para recuperar, en los lugares más propensos, esas poblaciones perdidas de conejos y perdices, pero me parece una tarea imposible porque la gestión de la caza menor implica cierto control de predadores, por supuesto con métodos selectivos, que los hay, pero que las autoridades no autorizan por miedo a los anticaza. El caso es que cada vez hay más terrenos donde hay más zorros que perdices, y eso no es bueno ni para los cazadores ni para la naturaleza, ni para los que dicen amarla tanto.

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